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El abecedario iberoamericano de la modernidad política
Entrevista con Javier Fernández Sebastián


por Gabriel Entin & Jeanne Moisand , 10 de junio de 2011






Javier Fernández Sebastián es profesor de Historia del Pensamiento Político en la Universidad del País Vasco (Bilbao).

Es el director del proyecto “Iberconceptos”, que reúne un numeroso grupo de académicos europeos y americanos para investigar sobre la historia de los conceptos iberoamericanos en los años 1750-1850. Le entrevistamos con motivo de la publicación del primer volumen del Diccionario político y social del mundo iberoamericano [1].

Entrevista con Javier Fernández Sebastián
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La Vie des Idées: El diccionario Iberconceptos es el resultado de una colaboración internacional entre decenas de especialistas del área iberoamericana ¿Cómo y por qué se consiguió una empresa de tal tamaño?

Javier Fernández Sebastián: A mediados de los noventa, un grupo de historiadores españoles, liderados por Juan Francisco Fuentes y por mí mismo, advertimos que había un problema importante con el estudio de los conceptos históricos. De manera claramente anacrónica, los historiadores tendían a dar por supuesto que los conceptos de hace dos o tres siglos eran transparentes y podían entenderse sin esfuerzo desde la actualidad, como si no hubieran sufrido cambios importantes. Pensamos entonces que era necesario historizar nuestras categorías de comprensión de la realidad. Puesto que los agentes históricos solamente pueden ver aquello que ha sido conceptualizado, y las lentes conceptuales a través de las cuales la realidad es percibida van variando con el tiempo, es imprescindible historiar los conceptos. Pensamos, en suma, que, junto a una historia de hechos y acontecimientos, merecía la pena escribir también la historia de los instrumentos de comprensión de dichos acontecimientos. Y esto nos llevó a la historia conceptual.

Después de seis años de trabajo, publicamos en 2002 un primer diccionario que recogía la historia de un centenar de conceptos políticos fundamentales de la España del siglo XIX, al que siguió en 2008 un segundo volumen dedicado al siglo XX. Al mismo tiempo, yo participaba en otras redes internacionales especializadas en historia conceptual y allí empecé a coincidir en distintos eventos con algunos académicos franceses y latinoamericanos: argentinos como Elías Palti o Noemí Goldman, mexicanos como Guillermo Zermeño, brasileños como João Feres… En diversas reuniones en París, Vitoria o Río de Janeiro, varios de nosotros comentamos la posibilidad de organizar un proyecto iberoamericano, es decir que abarcase América latina, España y Portugal. Partíamos de la base de que los conceptos no son ideas puras, ni tampoco propiamente nacionales, aunque también poseen una dimensión nacional. Los conceptos están estrechamente ligados a las experiencias históricas de las sociedades: a diferencia de esas ideas a-históricas, platónicas o cartesianas que algunos imaginan, los conceptos evolucionan al hilo de las transformaciones sociales y políticas. Tienen mucho que ver con la manera en que la gente entiende, transforma y maneja los escenarios en los que viven. A partir de la continua interacción entre el plano socio-político y el plano intelectual y lingüístico se generan instrumentos de comprensión que van variando con el tiempo y que se vinculan a ciertos términos clave.

En resumen: primero llegamos a la historia conceptual, después aplicamos esta nueva metodología a un ámbito nacional específico, al caso de España. Más tarde, pensamos que los conceptos no tienen por qué ceñirse a ese molde, sino que más bien debían ser estudiados dentro del marco más amplio de una cultura, entendida aquí como una cierta estructura o constelación de conceptos que va cambiando con en el tiempo. Y desde luego dichas “culturas” van más allá de lo nacional. De modo que por de pronto decidimos centrarnos en un periodo clave de cambio conceptual a escala transnacional, desde mediados del siglo XVIII a mediados del XIX. Primero hicimos una selección de diez conceptos: historia, liberalismo, opinión pública, nación, ciudadanía... y nos pusimos manos a la obra. Esa etapa concluyó con la publicación del primer volumen del Diccionario político y social del mundo iberoamericano en la época de transición al mundo moderno. Ahora estamos preparando el segundo volumen, que incluye los conceptos de civilización, democracia, Estado, independencia, soberanía, etc. Además de completar este segundo volumen, deseamos asegurar la continuidad de la red Iberconceptos (compuesta por casi un centenar de investigadores trabajando en más de una docena de países). Para ello, en la siguiente etapa abordaremos el estudio de una serie de campos semánticos articulados en torno a cinco ejes, a saber: economía política; clasificaciones étnicas e identidades sociales; religión y política; imperio y colonia; y por último una reflexión sobre la gestación de los conceptos historiográficos que utilizamos para comprender ese periodo de entrada en la modernidad.

La Vie des Idées: ¿Por qué se centra Iberconceptos en el período 1750-1850? ¿En qué medida los resultados apuntan hacia la continuidad de un espacio compartido, a pesar de las independencias?

Javier Fernández Sebastián: Este periodo cronológico se corresponde grosso modo con la larga fase de transición del Antiguo Régimen a la modernidad política, desde el inicio de las reformas borbónicas hasta la consolidación de las nuevas naciones, pasando por el momento crucial de las revoluciones liberales y las independencias. Durante ese periodo se produjo en toda la región un gran cambio conceptual que justifica que hablemos del advenimiento de la modernidad. Desde el punto de vista de la cultura y el espacio compartido, es interesante notar una paradoja fundamental. Curiosamente, cuando, a raíz de la crisis de la Monarquía, los movimientos de emancipación provocan la ruptura y el divorcio político entre España y sus dominios americanos, precisamente esos años constituyen tal vez el momento en el que los lazos políticos e intelectuales entre ambas riberas del océano fueron más estrechos, intensos y decisivos. La disolución de los imperios fue sin duda, en este sentido, un momento atlántico. Por una parte, los líderes de las independencias eran hombres muy europeizados. Además, las identidades en aquel momento eran extremadamente fluidas y realmente atlánticas: hay muchos personajes del período de las independencias que se veían a sí mismos como luchadores por la libertad europea y americana, no simplemente como fundadores de una determinada nación, tal como la historiografía nacionalista ha solido interpretar después.

Algunos de los más caracterizados líderes revolucionarios hispanos tenían de un modo u otro la idea de que lo que estaba sucediendo era una gran revolución atlántica: en este sentido, esta herramienta analítica es muy operativa para entender a los actores en sus propios términos. Viajaban con frecuencia, ya fuese de manera voluntaria o forzada. Muchos pasaron años de exilio en Londres, París o Filadelfia. En esos años de cambios acelerados hay personajes fascinantes, cuyas biografías son ejemplos casi perfectos de identidades atlánticas. Vicente Rocafuerte, por ejemplo, nació en Guayaquil en el seno de una familia española, católica y monárquica, y terminó sus días siendo ecuatoriano, apóstol de la tolerancia y republicano convencido (de hecho fue Presidente de la flamante República del Ecuador). Fue también diputado en Cádiz, y el hecho de ser sudamericano no le impidió ser nombrado encargado de negocios mexicano en Londres. Es sólo un ejemplo entre muchos otros. Los marcos nacionales entonces eran casi irrelevantes, entre otras cosas porque las naciones no existían, aún se estaban forjando. Por lo tanto, yo creo que paradójicamente la fase de las independencias es un tiempo de integración cultural de las élites, un momento fuertemente atlántico. Y las revoluciones iberoamericanas son especialmente atlánticas, puesto que no se puede entender lo que sucede al otro lado del océano sin entender lo que está pasando en la península y viceversa. Por lo demás, aunque naturalmente con la consolidación de los espacios nacionales se va produciendo una creciente diferenciación en las modalidades de conceptualización, me parece indudable que ciertos rasgos culturales subyacentes continuaron siendo compartidos durante largo tiempo.

La Vie des Idées: ¿No implica una limitación la división por países del diccionario frente a este espacio atlántico?

Javier Fernández Sebastián: Ciertamente es un hándicap del proyecto. Lo ideal hubiera sido abordar estos conceptos en toda su complejidad transnacional y transoceánica. Hay que tener en cuenta de que, antes de las independencias, estamos hablando de un mundo pre-nacional, y por lo tanto es poco apropiado proyectar los espacios nacionales resultantes hacia el pasado. Claro que a veces lo mejor es enemigo de lo bueno. En el estado actual de las historiografías ibéricas, latinoamericanas y latinoamericanistas, hay muy pocos historiadores capaces de ofrecer una panorámica comprensiva histórico-conceptual de todo el conjunto iberoamericano. Dado que el mundo académico está recortado por las fronteras nacionales, incluyendo en gran medida los archivos, nos hemos visto obligados a utilizar esa organización general del proyecto básicamente por países.

La Vie des Idées: El diccionario se sirve de las aportaciones metodológicas de distintas escuelas alemanas, inglesas y francesas de historia conceptual ¿Podría correr el riesgo de proyectar una visión estereotipada de la modernidad sobre Iberoamérica, confirmando un supuesto “retraso”?

Javier Fernández Sebastián: La pregunta que ustedes plantean es importante y de gran calado. Efectivamente, hay un riesgo de reduccionismo. Se ha tendido a identificar a Europa con Occidente, y a Occidente básicamente con Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. A partir de ahí se ha construido un tipo ideal de modernidad que corresponde a la experiencia de muy pocos países. Pues bien, creo que es un profundo error aplicar mecánicamente ese modelo a todo el mundo. El caso iberoamericano es una variante de la modernidad occidental bastante alejada de ese esquema estereotipado. Estoy convencido no sólo de que hay una variedad de caminos hacia la modernidad, como suele reconocerse, sino una pluralidad de “modernidades”. En ese sentido, no nos interesa estudiar la recepción de un conjunto de conceptos elaborados en el centro para ser consumidos en las periferias, según los esquemas difusionistas habituales. A mi juicio, esta aproximación debe ser superada ¿De qué manera? Creo que, en lugar de pensar en términos de producción y circulación de conceptos fijos, resulta más útil pensar en términos de (re)apropiación y recreación: los conceptos no son formas fijas del entendimiento que viajan como si se tratase de mercancías que atraviesan el Atlántico sin sufrir grandes alteraciones para ser consumidos en ultramar. Heurísticamente es bastante más provechoso tratar de entender la dialéctica y la complejidad de esa clase de transferencias de sentido en el espacio y en el tiempo. Gracias a la teoría de la recepción de Jauss, sabemos por ejemplo que “consumir” un texto es otra forma de (re)producirlo, reinventarlo para adaptarlo a las necesidades del receptor. Y es mucho más interesante enfocar nuestro análisis tratando de aproximarnos a los puntos de vista de los sujetos que vivieron en una determinada sociedad y a los usos que ellos hicieron de ciertas nociones para dar salida a sus particulares problemas y conflictos, en lugar de imaginar que aquellas personas estaban simplemente utilizando un conjunto de conceptos prefabricados, producidos lejos de donde ellos vivían. Esa visión reduccionista de una modernidad prêt-à-porter ha de ser superada.

Además, muchos historiadores imaginan erróneamente algo así como un conjunto de conceptos tradicionales, pre-modernos, que es reemplazado en las revoluciones por un conjunto alternativo de conceptos correspondientes a la modernidad. Los cambios conceptuales, sin embargo, proceden más bien por deslizamiento, de manera que esta visión rígidamente dicotómica, según la cual habría dos repertorios, el repertorio moderno y el repertorio tradicional, incompatibles y casi sin puntos de contacto entre sí, resulta caricaturesca. Lo que sucede más bien es que los conceptos van evolucionando al hilo de los conflictos sociales y políticos, y en un determinado momento el observador, echando la vista atrás, considera que la gama de significados vigentes de ciertos términos clave no es ya coherente con el valor de esos mismos términos tres o cuatro décadas atrás. Considera, entonces, que se trata de conceptos nuevos. El orden que resulta de estas transformaciones semánticas es vivido como nuevo, pero eso no quiere decir que exista un kit de conceptos modernos, unívocos, de aplicación universal. No hay una única modernidad válida para todos los lugares. El error es calibrar todas las modernidades con una sola vara de medir, la de los tres o cuatro países occidentales cuyas experiencias son consideradas como canónicas. Eso conduce inevitablemente a juzgar como anomalías, retrasos y aberraciones aquellos rasgos que más bien debieran ser analizados como diferencias y particularidades de cada una de las sociedades.

La Vie des Idées: Frente a otros espacios atlánticos, ¿Cuáles serían los puntos comunes y las diferencias del espacio hispano-americano en la producción y circulación de los conceptos políticos modernos?

Javier Fernández Sebastián : Desde una perspectiva comparativa con los países “centrales” a los que aludí en la pregunta anterior, la Ilustración y el liberalismo iberoamericanos presentan algunas características distintivas. Por mencionar brevemente un par de diferencias, yo destacaría, por una parte, el mayor peso del elemento religioso en el dominio de lo político y, por otra, el peso menor del individualismo en la moral y en el derecho, en la economía y en la política. El proceso de secularización, menos intenso en nuestras sociedades que en otros lugares, se va desplegando a lo largo de un periodo de tiempo considerablemente más dilatado, y la visión católica del mundo informa profundamente nuestras culturas políticas. Esta huella se advierte claramente en las numerosas constituciones confesionales en vigor durante buena parte del siglo XIX. También, si comparamos las culturas políticas ibéricas y las angloamericanas, salta a la vista una presencia bastante mayor en estas últimas del individuo y sus derechos como eje del sistema jurídico-político. Yo creo que en el mundo iberoamericano el individuo no es tanto el centro, o no lo es de la misma manera que pueda serlo en las sociedades británica o estadounidense. Habría otras características diferenciales más, pero estas dos me parecen bastante definitorias de las peculiaridades de la modernidad iberoamericana en comparación con el canon occidental.

La Vie des Idées: En Iberconceptos, parece haber una crítica a la idea de Estado-Nación.

Javier Fernández Sebastián: Más que una crítica a esa idea, hay un cuestionamiento del abuso de la historia nacional como si fuera el único formato, el molde necesario de toda historiografía. Durante los dos o tres últimos siglos, hemos naturalizado demasiado el concepto de Estado-Nación, como si el mundo estuviese dividido desde siempre de manera natural en esta clase de entidades territoriales. Al historizar estas nociones, nos damos cuenta de que en realidad el Estado Nación sólo se desarrolló en tiempos relativamente recientes, en ciertas partes del mundo y a partir de circunstancias particulares. Durante siglos, los actores “políticos” más relevantes eran las monarquías y los imperios, las iglesias, los reinos y provincias, las comunidades locales o las corporaciones. Y, por supuesto, en ese universo político y conceptual sería un error atribuir un gran protagonismo al individuo o a la nación, como solemos hacerlo al analizar el mundo contemporáneo.

Iberconceptos trata de ir más allá de las naciones. No pretendemos decir que se ha acabado para siempre la historia nacional, pero sí que para determinados análisis, específicamente en el dominio de la historia cultural y de la historia intelectual, es muy útil recurrir a otro tipo de lentes y reconocer que ha habido mundos políticos en los cuales el Estado no tenía ni mucho menos la densidad conceptual que solemos atribuirle, y ni siquiera era un actor importante. En este sentido, entre el nivel local y el nivel global, entre las naciones y el mundo entero, hay escalones intermedios. Uno de estos escalones sería el de las civilizaciones o grandes culturas que tienen mucho que ver con las lenguas y con las religiones más extendidas. La comunidad iberoamericana es una de estas grandes unidades o niveles intermedios, aunque también es cierto que existen diferencias entre las áreas hispanoamericana y luso-americana. En algunos lugares del mundo hispano, por ejemplo, la imprenta existe desde el siglo XVI, hay universidades, etc., mientras que en Brasil, la imprenta sólo llegó en 1808, con la traslación de la Corte desde Lisboa a Río de Janeiro. Tampoco había universidades: los brasileños que querían estudiar iban a Coímbra. Otra diferencia muy marcada entre las Américas portuguesa y española derivó de la distinta respuesta a la crisis de ambas monarquías en 1807-1808. Mientras que, como es sabido, en el caso portugués la monarquía “se americanizó” y fue trasplantada con éxito al Brasil, en Hispanoamérica, tras el fracaso del efímero Imperio mexicano de Iturbide, los nuevos Estados se organizaron políticamente como repúblicas.

Por lo tanto, hay diferencias. La comunidad iberoamericana no es un mundo homogéneo, como no lo es tampoco Occidente, o el mundo euroamericano en su conjunto, pero sin duda pueden observarse similitudes a diversos niveles dentro de cada uno de esos “escalones” o círculos parcialmente superpuestos. Ahora bien, como es natural en un grupo de sociedades que han compartido experiencias históricas durante mucho tiempo, existe entre ellas un aire de familia que no impide que puedan detectarse diferencias, a veces muy marcadas, entre unas y otras. Téngase en cuenta que estamos hablando de espacios inmensos, que presentan una enorme variedad desde cualquier punto de vista: geográfico, étnico, político o económico.

La Vie des Idées: ¿Cree usted que la historia de España debiera ser repensada a partir de Iberoamérica, y viceversa?

Javier Fernández Sebastián: Cuando empecé mis estudios de historia en la universidad española, a principios de la década de 1970, la historia de América era simplemente una asignatura, o, todo lo más, una especialidad. Quienes se especializaban en historia moderna de España, aunque eran conscientes de la importancia de ese vasto mundo ultramarino ligado a la Monarquía, no lo estudiaban como parte integral de la historia española, sino más bien como si se tratase de un cuerpo extraño, como un añadido distante y relativamente ajeno, difícil de manejar historiográficamente. Esto por fortuna está cambiando últimamente; un número creciente de historiadores es hoy consciente de que durante demasiado tiempo hemos estado retro-proyectando la idea contemporánea de nación a épocas anteriores, recortando del conjunto una historia política peninsular que en rigor no constituía todavía una unidad independiente, porque la Monarquía fue durante tres siglos una realidad política muy compleja, pluri-continental y transoceánica. Así que, sin negar el estatuto peculiar y las especificidades propias de los reinos peninsulares, cuyo lugar en el conjunto no era desde luego totalmente equiparable al de las provincias extra-peninsulares, la Monarquía católica no debería entenderse como una nación ejerciendo su dominio sobre otras naciones. La Monarquía de España era un tipo de entidad política muy distinta de los imperios coloniales europeos del siglo XIX. Los complejos nexos institucionales de la corona con los virreinatos no son equiparables a las relaciones de Londres con la India, por ejemplo. A mi modo de ver, es un error aplicar al mundo de los siglos XVI al XVIII las categorías utilizadas para analizar las relaciones entre las potencias imperiales y sus colonias en los siglos XIX y XX.

Creo, en suma, que es muy necesario comprender aquellas realidades en su alteridad, no desde interpretaciones simplistas que conceptualizan anacrónicamente a la monarquía como una especie de un “imperio nacional” español centralizado, sino como un conjunto de territorios que se gobernaban de manera compleja, dentro de una cultura pluralista y jurisdiccional. Todo ello, dentro de un mundo pre-nacional, o mejor, a-nacional. Actualmente, los historiadores españoles que no somos americanistas solemos dar por supuesto que no se puede entender el mundo hispano en la Edad Moderna sin tener en cuenta su dimensión americana. Y a la inversa, los historiadores latinoamericanos y latinoamericanistas que se ocupan del largo periodo que precedió a las independencias no ignoran los vínculos de todo tipo con la península, así como las interconexiones entre las ciudades y virreinatos americanos. Además, el llamado “periodo colonial” no debiera entenderse exclusivamente como una larga fase preparatoria de la independencia, dominada por el enfrentamiento soterrado entre criollos y peninsulares. Entiendo que este tipo de esquema teleológico –que enfatiza el enfrentamiento creciente e ineludible entre colonia y metrópoli– empobrece nuestras investigaciones, y no permite apreciar en toda su complejidad el hecho de que todos los integrantes formaban parte de una entidad política única, aunque internamente variada, jerarquizada y atravesada por múltiples asimetrías y tensiones. En ese sentido, yo creo que nuestra comprensión del pasado puede beneficiarse del abandono del monopolio de esa óptica nacional que ha distorsionado tanto nuestra percepción de las cosas.

La Vie des Idées: Usted habla de una crisis conceptual actual. ¿Pensó el proyecto Iberconceptos como un medio de superar esta crisis?

Javier Fernández Sebastián: La elección de un objeto de estudio por parte del investigador seguramente guarda siempre cierta relación con el momento histórico en que se vive. Y en la actualidad parece claro que muchas nociones políticas y sociales modernas están en crisis. En efecto, buena parte de los conceptos forjados hace dos o tres siglos hoy nos parecen obsoletos, o como mínimo diríamos que se están mostrando poco eficaces para el manejo de los problemas del mundo actual. Muchos de esos conceptos están fuertemente vinculados al marco estatal, a los Estados nacionales, y obviamente estamos en un mundo cada vez más mundializado. Conceptos políticos y sociales como soberanía, familia, y muchos otros están siendo sometidos recientemente a grandes presiones como consecuencia de los cambios en los estados de cosas. De modo que tras las mismas palabras las cosas designadas han cambiado profundamente. Teóricos y ensayistas han utilizado distintas metáforas para referirse a este tipo de obsolescencia conceptual. El filósofo español Ortega y Gasset hablaba ya en los años cincuenta de “conceptos cadavéricos”, en relación a aquellos vocablos heredados que no servían realmente para hacerse cargo de las cosas del momento en que escribía. Edgard Morin habla de “mots spectres”; sociólogos como Ulrich Beck o Anthony Giddens han utilizado, respectivamente, expresiones como Zombi-Kategorien o shell institutions, instituciones y conceptos moribundos, tambaleantes, que apenas ocultan su incapacidad para responder a los retos del mundo actual. Pierre Rosanvallon ha sugerido con razón que una de las tareas prioritarias de la filosofía en nuestro tiempo debiera ser la invención de nuevos conceptos más adaptados a las circunstancias y desafíos del presente. Así pues, todo parece indicar que estamos en una fase de transición en la que algunos conceptos están quedando obsoletos, y necesitamos diseñar nuevos instrumentos para aprehender adecuadamente las nuevas realidades en devenir.

Algo parecido sucedió en ese otro momento de transición de hace dos o tres siglos. Hubo entonces también una grave crisis conceptual, que acompañó a la era de las revoluciones. Quienes vivieron aquella fase de incertidumbre se quejan a menudo de que no se entienden porque cada cual utiliza los mismos términos con muy diferentes significados y propósitos. Es como si el lenguaje se hubiera averiado de repente, y no fuese capaz de seguir cumpliendo su función de medio de comunicación entre los hablantes. Por tanto, además del interés puramente historiográfico, estudiar aquella otra gran época de obsolescencia conceptual y de forja de nuevos conceptos que sacudió al mundo euroamericano hace dos siglos hasta cierto punto puede ser instructivo para iluminar los problemas del presente.

Además, parece oportuno observar que ese proceso de reconversión conceptual no se produjo de manera súbita, en una o dos décadas, sino que se extendió a lo largo de un periodo relativamente largo. Y ahí conviene tomar en cuenta un instrumento heurístico propuesto por el historiador alemán Reinhart Koselleck. Me refiero a la Sattelzeit, ese tiempo a caballo entre dos eras, un tiempo de transformaciones aceleradas, pero también bastante dilatado, puesto que, para el área germanófona –y esta cronología sería válida a grandes rasgos para el caso hispano–, se extendería desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del XIX. La Sattelzeit nos permite pensar los deslizamientos e innovaciones conceptuales de manera más compleja. En lugar de pensar el cambio, a la manera de los revolucionarios franceses, como un momento cero en el que –en apenas una década– se pone fin de un golpe al ancien régime y amanece un mundo nuevo, en nuestro ámbito iberoamericano es claro que estas transformaciones tomaron bastante más tiempo, y, con fases de cambios más o menos intensos, se fueron escalonando a lo largo de casi un siglo. Por eso es útil ese espacio cronológico que hemos tomado en nuestro proyecto Iberconceptos como referencia, arrancando desde las reformas borbónicas y con un momento de llegada ya bien entrado el siglo XIX. Hemos prorrogado el lapso de esta segunda etapa de Iberconceptos hasta 1870 aproximadamente. Consideramos que para entonces estaría ya bien avanzado ese proceso de reconversión conceptual y de transformación de las prácticas políticas y sociales que solemos etiquetar como modernidad.

por Gabriel Entin & Jeanne Moisand, 10 de junio de 2011

Aller plus loin

Más sobre Iberconceptos:

La red Iberconceptos ha presentado resultados parciales de sus investigaciones en varios libros y numerosos artículos, dossiers e informes aparecidos en distintas revistas especializadas. Entre estas últimas mencionaremos Ayer (nº 53, 2004), Archiv für Begriffsgeschichte (vol. 46, 2004), Historia Contemporánea (núms. 27 y 28, 2004), Revista de Estudios Políticos (nº 134, 2006), Alcores (nº 2, 2006), Historia Constitucional (nº 7, 2006), Araucaria (vol. 17, 2007), Isegoría (nº 37, 2007), Hermès (nº 49, 2007), Contributions to the History of Concepts (nº 4/1, 2007), Ler História (nº 54, 2008), Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas (nº 45, 2008), Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines (vo. 39, nº 1, 2010), Bicentenario (vol. 9, nº 1, 2010) o Historia Mexicana (nº 239, 2011), entre otras.

 Web de Iberconceptos: http://www.iberconceptos.net/Default.aspx?id=fr

 Página del grupo «Historia intelectual»: http://www.historiaintelectual.net/Default.aspx?id=in

 Página personal de Javier Fernández Sebastián : http://www.javierfsebastian.es/

Pour citer cet article :

Gabriel Entin & Jeanne Moisand, « El abecedario iberoamericano de la modernidad política. Entrevista con Javier Fernández Sebastián », La Vie des idées , 10 de junio de 2011. ISSN : 2105-3030. URL : https://booksandideas.net/El-abecedario-iberoamericano-de-la

Nota Bene:

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Notas

[1Javier Fernández Sebastián, dir., Diccionario político y social del mundo iberoamericano. La era de las revoluciones, 1750-1850, vol. I, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2009, 1422 pp.

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